Durante todo el siglo XIX el paradigma clásico fue
extendiendo su supremacía por todo el mundo,
las ideas de Smith y Ricardo mejoradas en su presentación teórica por
los Neoclásicos marginalistas le dijeron
al mundo que el mercado era el mejor asignador de recursos y que si el estado
no intervenía, el mercado llevaría a la
economía a la plena ocupación de sus factores , entre ellas a la más
importante, la mano de obra de los trabajadores. No existiría desempleo.
Llegó el siglo XX y con él la primera guerra mundial o
guerra europea. Inglaterra defendió su posición de superpotencia mientras que
los Estados Unidos esperaban la oportunidad que se les dio y no la
desaprovecharon. Mientras Europa luchaba, Estados Unidos se convertía en la
fábrica del mundo. Y acentuó su dominio
industrial durante la posguerra, en la reconstrucción europea.
Llegaron los llamados “felices años 20” en los cuales las
fábricas norteamericanas no paraban de producir y crecer incubando en esta aparente
prosperidad una falla que terminaría con la falsa ilusión. La concentración del
ingreso. Pocas personas acumulaban demasiada riqueza y Europa se recuperaba de
la guerra produciendo lo suficiente para satisfacer su propia demanda. Las
fábricas en Estados Unidos no paraban de producir pero las ventas empezaron a
disminuir.
En esta aparente prosperidad hubo otro detalle no menos importante. La casi nula
reglamentación bancaria que permitía los préstamos especulativos. Las personas
pedían dinero prestado a los bancos, iban a invertirlo en acciones de bolsa en
Wall Street, ganaban dinero y devolvían el préstamo quedándose con un buen
margen de utilidad. Se hizo tan común esta suerte que hasta vecinos hipotecaban
sus viviendas para agenciarse de fondos que invertían en la bolsa.
Llegó el día en que las empresas no pudieron seguir
acumulando stocks y se declararon
incapaces de pagar sus deudas. Sus acciones tan cotizadas ayer se desplomaron.
Los inversionistas aterrados trataron al mismo tiempo de vender su cartera de
acciones. El Martes 29 de Octubre de 1929 se pusieron a la venta más de 12
millones de acciones industriales en la bolsa y la sobreoferta hizo que los
precios cayeran en forma vertiginosa.
Las consecuencias fueron desastrosas. Las acciones de valer
mucho pasaron a valer nada. Las industrias quebraban una detrás de otra y la
insolvencia de los inversionistas llegó al sistema bancario. Las personas que
habían pedido dinero prestado para invertir en bolsa no pudieron devolverlo.
Más de cinco mil bancos quebraron en Norteamérica entre 1929 y 1932. Al quebrar
no pudieron devolver el dinero a sus ahorristas. La demanda de productos que ya
venía desalentada por la concentración
del ingreso, sufría ahora por la caída generalizada del ingreso de las personas
cerrando el círculo vicioso. Menos demanda, más acumulación de stocks, más
quiebras, más desempleo, menos demanda …
De cada cuatro norteamericanos, tres no tenían trabajo.
Y cuando los economistas fueron llamados de urgencia a
resolver la crisis repitieron la consigna neoclásica. Dejemos al mercado
resolver los problemas de la economía.